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martes, 28 de febrero de 2012

Españistán, de Aleix Saló

Supongo que a estas alturas pocos internautas ignorarán el significado de la palabra Españistán, o desconocerán su origen. El brillante vídeo de animación que Aleix Saló utilizó para promocionar su cómic alcanzó tal repercusión que el término con el que lo tituló es ya un neologismo de uso frecuente en nuestro vocabulario.

Pocas veces se ha dotado de más significado a una palabra.


Con semejante carta de presentación, qué menos que darle una oportunidad al cómic anunciado, aunque mucho me temía que no estaría a la altura. Y así ha sido.
  
Esta es la historia de un cani (o un choni, o un poligonero, ya saben…) que, en su empeño por deshacerse de la hipoteca, deberá recorrer el Reino de Españistán para enfretarse con todos y cada uno de los malandrines, meapilas y soplagaitas que lo pueblan, dando lugar a un relato plagado de tópicos, tacos y faltas de ortografía, con bien de lobbies, parados, mileuristas, pensionistas, funcionarios, obispos, SGAE, telebasura, enchufes, sobornos y estilismos poligoneros.


Creo que el primer problema de Españistán es su engañosa contraportada.Ya sabemos que el fuerte de los canis no es la microeconomía, pero sospecho que el protagonista no intenta deshacerse de la hipoteca en ningún momento. Digo yo que, de haberlo hecho, habría empezado su particular odisea en el banco donde la firmó.

En lugar de ello, comienza un errático viaje cuya única razón de ser es demostrarnos cada una de las cosas que funcionan mal en este país, de forma cómica, pero sin un hilo conductor demasiado fuerte. De esto entiendo que Aleix Saló tenía un conjunto de pequeños gags en su cabeza que funcionan genial por separado, pero no al ponerlos en común, pues no ha logrado dotarlos de cierta unidad. Con eso solo consigue dejarnos a medias durante la mayor parte de la historia, esperando un climax que nunca llega.

Por otra parte, esta historia la podría haber protagonizado tanto un cani intentando deshacerse de su hipoteca como una bolsa de plástico arrastrada por el viento, pues su única función es ser los ojos del lector en Españistán. Y aquí aparece la segunda decepción de esta historia: ¿No es una pena desaprovechar un personaje con tantísimo potencial como un cani utilizándolo únicamente como testigo de los hechos? Estoy convencida de que Saló tiene muy claro en su mente como es un cani, ¿por qué, entonces, no lo ha sabido plasmar en el papel? ¿Por qué es incapaz de distinguir la forma de hablar de un joven medio analfabeto de la de una funcionaria del Estado?

Españistán es a la sátira político-económica lo que el tren de la bruja es al horror: un recorrido rápido, que atraviesa todos los clichés sin profundizar en nada. Como una atracción de feria mil veces vista, al atravesar estar hecho de lugares comunes, el lector ve el engranaje de la narración y va adivinando los elementos que se sucederán: ahora, a la derecha, aparecerá el banquero malo y me dará con la escoba... a continuación, por la izquierda, le seguirá el empresario, que me pegará un susto. 

Una verdadera pena.

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